Dice Heráclito que lo único permanente es el cambio, y
hemos podido comprobar una y otra vez esta frase; solo basta echar un vistazo
en la historia de la Tierra para darse cuenta de que es precisamente el cambio
el que nos ha permitido a todas las especies subsistir hasta el sol de hoy.
Estos cambios no han venido solos, pues ha habido toda una
cadena de sucesos, anteriormente inexplicables para el hombre, que le han permitido
adaptarse a su entorno. Se sabe hoy que esa cadena de sucesos comienza con algo
tan extraño y tal vez aterrador como una mutación.
Si biológicamente las mutaciones son cambios necesarios,
socialmente son aberraciones inaceptables dentro de la comunidad, por lo que
las personas que las padecen son apartadas y rechazadas.
La mutación es un fósforo social y, al mismo tiempo, un
extintor. Capaz de encender tantas conversaciones como las que apaga en
cuestión de segundos. Esto sucede por dos características básicas y
completamente opuestas del hombre; su miedo y su curiosidad. Pese a que la
curiosidad nos ha llevado a descubrir grandes cosas, muchas veces el miedo
logra eclipsarla completamente y es entonces cuando nos topamos con una gran
pared de concreto: la ignorancia.
Es justamente la ignorancia la que ha llevado a millones de
personas a relacionar, aun en el siglo XXI, la palabra mutación con brazos o
dedos extra. Si bien es cierto que esto hace parte de las mutaciones, es solo
la punta de un gran iceberg que esconde toda una gama de capacidades y
discapacidades, por no hablar de la gran cabida que tuvo dentro de la evolución
y que es desconocida para un sinnúmero de personas.
La naturaleza nos ha demostrado que solo hace falta hacer
un mínimo cambio, para obtener algo significativamente diferente y que una pequeña
diferencia puede representar la perduración o extinción de una especie. Dentro
de todo este sistema elemental, el miedo al cambio es normal y, al mismo
tiempo, mortal.
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